En tiempos dominados por redes sociales, influencers, tendencias fugaces, franquicias y emprendedores “cool”, resulta casi un acto de resistencia contar la historia de un café que se parece a una postal. Como aquellas tarjetas de cartón que se enviaban por correo o se compraban para congelar para siempre una imagen, un recuerdo o una sensación. Hoy, el relato nos lleva a una esquina de Villa Devoto. No a una cafetería reciente, sino a una que está a punto de cumplir su primer siglo de vida: el Café de García.
Para entender su historia, es necesario retroceder en el tiempo. Hacia fines del siglo XIX, más de tres siglos después de la fundación de Buenos Aires, las tierras que hoy conforman Villa Devoto permanecían prácticamente despobladas. En aquel entonces pertenecían al partido de San Martín y recién en 1888 se incorporaron a la Capital Federal. Ese mismo año, Miguel Altube, heredero de esas tierras y residente en Pilar, se presentó ante las autoridades para denunciar la ocupación ilegal de parte de su propiedad por parte de empresas ferroviarias. Paralelamente, decidió poner en venta la chacra.
La oportunidad no pasó desapercibida para Antonio Devoto, empresario genovés y presidente del Banco Inmobiliario, dedicado a la compra y venta de terrenos. Devoto supo advertir el potencial del negocio en un contexto de fuerte crecimiento económico iniciado en 1880, que dio lugar a una ola inmigratoria sin precedentes. Los recién llegados se asentaban inicialmente en conventillos céntricos, cerca de sus lugares de trabajo, pero el desarrollo del ferrocarril y, especialmente, de las líneas de tranvías, impulsó la mudanza hacia barrios más alejados, donde era posible adquirir un lote propio.
Sin embargo, la falta de control urbanístico y la especulación financiera encendieron alarmas en el municipio, que suspendió los emprendimientos hasta tanto se presentaran planos con trazado de calles y espacios verdes. Ese proceso se extendió entre 1890 y 1904. Villa Devoto, curiosamente, se fundó en 1889, apenas un año antes de esas restricciones. ¿Cómo fue posible? La respuesta está en los vínculos del directorio del Banco Inmobiliario, integrado por figuras influyentes del ámbito político, económico y empresarial, entre ellas accionistas de tranvías, concesionarios ferroviarios y el propio Devoto.
En enero de 1889, Devoto aceptó la oferta de Altube y recorrió la zona, donde observó como fortalezas la cercanía con Belgrano, la estación ferroviaria y el trazado del tranvía rural. De inmediato encargó el proyecto urbanístico a los ingenieros Carlos Buschiazzo y José Poggi, quienes diseñaron un esquema que rompía con la tradicional cuadrícula española: una gran plaza central atravesada por diagonales —las actuales avenidas Lincoln y Fernández de Enciso— y manzanas longitudinales para optimizar la circulación. Los planos fueron aprobados el 13 de abril por el intendente Guillermo Cranwell, fecha que quedó establecida como fundacional del barrio. Un trámite sorprendentemente ágil para tiempos analógicos.
Pese a ello, la ocupación del barrio fue lenta. La crisis económica de 1890 frenó su desarrollo, que recién se reactivó una década más tarde. Un hecho clave terminó de consolidar la zona: la construcción del Depósito Villa Devoto, uno de los nuevos reservorios de agua proyectados en 1908 para reemplazar al antiguo depósito de la avenida Córdoba. El edificio, de estilo neorrenacimiento francés, se inauguró el 1° de diciembre de 1917. Diez años después, a apenas cien metros, abriría sus puertas el Café de García.
El café nació en 1927, en la esquina de Sanabria y José Pedro Varela. El inmueble pertenecía al matrimonio conformado por Metodio y Carolina García, y contaba con dos dormitorios, cocina, baño y un local comercial con entrada por la ochava. Con esa estructura funcionó durante seis décadas, hasta que en 1987 se realizaron reformas: la familia se mudó y el salón se amplió. El antiguo dormitorio matrimonial se transformó en un espacio privado bautizado Salón Metodio y Carolina.
Con el paso del tiempo, Carolina falleció y Metodio donó la propiedad a sus hijos, Rubén y Hugo, con una condición innegociable: debían trabajar juntos. La popularidad del café no dejó de crecer y trascendió el barrio, hasta llegar incluso al vecino más célebre de Villa Devoto: Diego Armando Maradona. Diego se volvió habitué y fanático de los buñuelos de pescado, la cazuela de calamares, el strudel de verdura, la tortilla y las salchichas acarameladas.
Tras la muerte de Rubén, Hugo continuó al frente del bar hasta que la pandemia forzó una pausa. Luego, una nueva tragedia familiar derivó en el cierre definitivo en julio de 2022. Durante un tiempo, la esquina estuvo al borde de convertirse en otra postal amarillenta de lo perdido. Sin embargo, Hugo García acordó la continuidad del negocio con dos grupos gastronómicos de amplia experiencia. La reapertura demandó meses y generó inquietud entre los vecinos, al punto de que los nuevos gestores debieron colocar un cartel para llevar tranquilidad. Finalmente, el Café de García reabrió a comienzos de 2024.
La nueva etapa respeta la esencia del lugar: piso damero, boiserie, mesas de madera y sillas Thonet, además de la memorabilia donada por parroquianos a lo largo de los años. Siguen allí copias de documentos de Metodio García, recuerdos de Carlos Gardel, fotos de artistas populares, tacos de billar y polo, la camiseta del Club Atlético General Lamadrid, una biblioteca cafetera y, por supuesto, el rincón dedicado a Diego. También permanecen el buzón de la esquina, el farol marino, la bomba manual y una vieja rueda de carro. Las mesas de billar ya no están: una fue obsequiada al contador y la otra terminó en la casa de Hugo.
El antiguo Salón Metodio y Carolina fue integrado al salón principal, y se habilitó una terraza con un mural que retrata a Diego junto al Hueso Houseman jugando al billar.
El Café de García abre todos los días, de 8 a 1. Las célebres picadas se sirven sin excepción, acompañadas por sidra tirada y un detalle que ya es marca registrada: pan dulce artesanal, elaborado durante todo el año. Confesión personal: intenté guardarlo para las fiestas, pero no resistí. Mientras escribo estas líneas, lo disfruto —y ensucio el teclado—. Es excelente. Vecinos de Villa Devoto y alrededores: vayan por el pan dulce del Café de García. Es como llevarse una postal del barrio, aunque en versión comestible.
Entre otros imperdibles figuran el Ojo de Diego —ojo de bife con morrones asados, chimichurri de menta y papas fritas a caballo— y la fabada asturiana. Aún trabajan mozos de la gestión original y los parroquianos de siempre siguen ocupando sus mesas. Alberto, con 89 años, es infaltable los fines de semana.
Para cerrar, solo queda desearles conocer el Café de García. El lugar invita a ser fotografiado, pero la recomendación es guardar el teléfono y convivir con la historia de la esquina. Atesorar las sensaciones de visitar un espacio que en 2026 cumplirá 99 años. Y, al contar la experiencia, recordar aquellas épocas en las que usábamos postales. Un último detalle, por si pasó inadvertido: el buzón del correo sigue ahí, firme, como testigo del tiempo.
