El miércoles 5 de marzo será recordado como el día del peor apagón en una década en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, en el marco de una ola de calor histórica que llevó la sensación térmica a 47 grados. Con dos cortes masivos en menos de 24 horas, el colapso energético dejó sin luz a más de 620.000 usuarios, colapsó servicios de transporte, paralizó semáforos y generó caos vehicular. Mientras tanto, miles de hogares pasaron días enteros sin electricidad, incluso cuando las temperaturas batían récords.
El episodio puso en evidencia las falencias estructurales de un sistema energético que, pese a las reiteradas promesas de eficiencia y al aumento de tarifas implementado por el gobierno de Javier Milei, no logró evitar un colapso ampliamente anunciado. La distribuidora Edesur, que opera en el sur del AMBA, fue la más cuestionada, mientras que Edenor, con el mismo cuadro tarifario, mostró una respuesta técnica superior frente a la crisis.
Un miércoles negro
La jornada comenzó con un masivo apagón cerca de las 5:00 de la madrugada, producto de la desconexión de dos líneas de alta tensión que afectaron a cerca de 550.000 usuarios de Edesur. Subtes detenidos, trenes fuera de servicio, escuelas sin clases y miles de vecinos sin electricidad marcaron un amanecer caótico. A las pocas horas, cuando la situación parecía controlarse, un segundo apagón sacudió al área metropolitana pasada la una de la tarde, justo cuando la sensación térmica superaba los 40 grados.
La segunda caída dejó sin luz a más de 620.000 usuarios, entre Capital y Conurbano. Algunos de los puntos más críticos fueron el microcentro porteño —donde edificios emblemáticos como la Casa Rosada, el Congreso y la Legislatura quedaron completamente a oscuras— y barrios del sur porteño como Balvanera, Boedo, San Cristóbal y Villa Soldati. Subtes detenidos, pasajeros atrapados en los vagones, semáforos apagados y embotellamientos interminables completaron una escena de colapso.
Al día siguiente, cacerolazos, cortes de calle y protestas vecinales se replicaban en distintos barrios. En zonas como Boedo y Balvanera, los vecinos denunciaban estar desde hacía cinco días sin servicio eléctrico. Las altas temperaturas sumaron desesperación: quienes no contaban con grupo electrógeno debieron soportar noches sin ventilación, sin agua, sin refrigeración de alimentos y, en muchos casos, sin poder trabajar desde sus hogares.
Una explicación técnica… y política
Según la Secretaría de Energía, la causa principal fue la salida de servicio de dos líneas de alta tensión de 220 KV que conectan las estaciones de Costanera y Hudson, administradas por Edesur. Esta desconexión afectó también la Central Puerto y la Central Costanera, dos plantas clave en la generación de energía. Como resultado, se perdieron 800 MW de demanda y quedaron fuera de servicio más de 2.500 MW de generación eléctrica.
A pesar de la magnitud de la falla, no hubo un plan de contingencia efectivo ni desde el ENRE (Ente Nacional Regulador de la Electricidad), que permaneció sin información pública durante horas, ni desde el Gobierno Nacional. La página oficial del ENRE colapsó, no hubo actualizaciones constantes y las autoridades evitaron brindar explicaciones detalladas durante la jornada crítica.
Dos días después, el ENRE reportaba más de 12.700 hogares aún sin suministro en el área concesionada a Edesur. La mayoría de los afectados seguía concentrada en la zona sur del conurbano y en barrios porteños de las comunas 3, 4, 5, 7 y 8. El mapa del corte fue, nuevamente, un mapa de desigualdades.
Tarifas altas, servicio deficiente
Los apagones masivos reavivaron un debate que parecía saldado: ¿el problema era la tarifa o la gestión? Durante años, las empresas distribuidoras —especialmente Edesur— justificaron su deficiente servicio en el supuesto atraso tarifario. Pero con el actual esquema de aumentos impulsado por el gobierno de Javier Milei, esa explicación comenzó a hacer agua.
Desde que asumió el nuevo gobierno, las tarifas aumentaron drásticamente y se anunció el fin de los subsidios generalizados. En el marco de una política de “sinceramiento de precios”, la boleta eléctrica de miles de hogares se triplicó en pocos meses. Sin embargo, ni así mejoraron las inversiones ni se vio reflejada una mejora tangible en la calidad del servicio.
Un dato clave que lo demuestra es que, con el mismo régimen tarifario, Edenor logró sostener el servicio con menos interrupciones y mayor capacidad de respuesta que Edesur. La diferencia no está, entonces, en lo que se cobra, sino en cómo se gestiona.
Los números que desnudan la desigualdad eléctrica
Según los datos del propio ENRE, entre marzo y agosto de 2024, las peores cifras de calidad de servicio se concentraron en los usuarios de Edesur. En particular, en barrios del sur de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano.
El ente regulador utiliza dos indicadores técnicos:
- SAIFI (System Average Interruption Frequency Index): cantidad promedio de interrupciones por usuario en un semestre.
- SAIDI (System Average Interruption Duration Index): cantidad de horas promedio sin servicio eléctrico por usuario.
Los peores registros están en la Comuna 4 (La Boca, Barracas, Parque Patricios, Nueva Pompeya), donde hubo zonas con más de 30 horas sin luz en promedio en solo seis meses. Le siguen las comunas 7 (Flores, Parque Chacabuco), 10 (Floresta, Villa Luro), 5 (Almagro, Boedo) y 3 (Balvanera, San Cristóbal), todas en áreas donde opera Edesur.
Inversiones paralizadas y el freno a los proyectos AMBA
Un aspecto poco mencionado en el debate energético es la paralización de proyectos estratégicos para el fortalecimiento de la red. En particular, los planes AMBA I y AMBA II, que preveían inversiones en transmisión eléctrica con financiamiento chino por más de 1.200 millones de dólares, fueron congelados por decisión del Gobierno Nacional a principios de 2024.
Ambos programas buscaban precisamente reforzar las líneas de alta tensión que conectan a las centrales generadoras con los nodos de distribución. Su cancelación es hoy una de las razones por las cuales el sistema colapsa ante cualquier exigencia climática.
Además, en momentos de demanda extrema como la semana pasada, el país tuvo que importar más de 2.000 MW desde Brasil para sostener la generación. Aun así, la demanda no pudo ser cubierta, y el sistema se vino abajo.
Una crisis que se repite
Los expertos advierten que el colapso energético no fue un accidente, sino la consecuencia de años de desinversión, falta de planificación y decisiones erráticas en materia de política energética. Desde los tarifazos sin control ni metas de inversión, hasta la paralización de obras clave, pasando por la falta de respuesta institucional ante emergencias.
Mientras tanto, la ciudadanía paga más por un servicio cada vez más precario. El “sinceramiento tarifario” se convirtió en un nuevo “cuento”, donde los únicos que siguen ganando son los grandes actores del sector eléctrico, mientras miles de vecinos permanecen a oscuras.