Hace tres meses, el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCBA) estableció una regulación que limita el uso de teléfonos celulares en las aulas de la ciudad. La medida prohíbe el uso de celulares en las aulas del nivel primario y limita su utilización en el nivel secundario. Esta decisión, que fue tomada por el Ministerio de Educación, ha generado una serie de reacciones en la comunidad educativa porteña, quienes han estado enfrentando este desafío, incluso antes de la implementación formal de la normativa. Si bien muchos coinciden en que la regulación es un paso positivo, también aseguran que no resuelve el problema de fondo, ya que la dependencia del celular va más allá de lo que sucede dentro del aula y está profundamente arraigada en el entorno digital que los estudiantes habitan a diario.
El impacto de la adicción a los celulares
Uno de los conceptos más repetidos por los docentes al abordar esta temática es el de la “adicción”. Silvina Pascucci, profesora de Historia en la Escuela N°4 Nicolás Avellaneda, describe cómo la situación de uso excesivo de celulares se intensificó tras la pandemia: “El celular estaba permanentemente en la mano de nuestros estudiantes y se hacía imposible dar una clase. Lo usaban para las redes sociales, WhatsApp, YouTube o jueguitos. Pero para comprender un texto, por ejemplo, hace falta el cien por ciento de la atención y el trabajo intelectual que implica el aprendizaje, y esto no sucede si esa atención no está”, explica.
Esta adicción se ha manifestado de diferentes formas, afectando la capacidad de concentración y dificultando la enseñanza de contenidos que requieren un esfuerzo cognitivo. Martín Pérez Antelaf, docente de la Escuela Rodolfo Walsh de Villa Pueyrredón, sostiene que “hay chicos que dan cuenta de un problema para despegarse del aparato”. En su caso, como en muchos otros, el uso del celular en clase se ve como una forma de evasión, especialmente cuando los estudiantes atraviesan un mal día o no se sienten motivados con la clase.
Los esfuerzos previos a la regulación ministerial
Muchos educadores ya venían trabajando en la regulación del uso del celular antes de la normativa oficial. Martín Pérez Antelaf, por ejemplo, desde hace años implementa pautas claras en su aula, comunicadas al inicio de cada ciclo lectivo a estudiantes y familias. Su enfoque se basa en fomentar una construcción de confianza para que los estudiantes guarden sus teléfonos, a excepción de situaciones pedagógicas específicas. “El docente debe ser quien guíe, y la clave está en generar confianza, más allá de que exista una ley o no”, comenta Antelaf, quien también destaca la importancia de abordar este tema desde una perspectiva que respete tanto a los estudiantes como al proceso de enseñanza-aprendizaje.
Virginia Rodríguez, profesora de Lengua y Literatura, también había establecido límites dentro del aula mucho antes de la medida oficial. Explica que pone mucho énfasis en el diálogo, la lectura colectiva y la escritura, actividades que requieren concentración y atención plena. La docente señala que una de las mayores preocupaciones es la pérdida de la “atención profunda”, sobre todo en asignaturas que requieren esfuerzo y paciencia, algo que contrasta con la rapidez y la inmediatez que caracteriza las narrativas de las redes sociales.
El plano virtual y la desconexión en clase
Josefina Luciana, docente e integrante de la Corriente de Trabajadores de la Educación (CTE) dentro de UTE, amplía el panorama al señalar que la problemática de la distracción no se limita al aula, sino que está fuertemente vinculada con la vida virtual que los estudiantes llevan fuera de la escuela. “Los chicos hoy tienen una vida en el plano virtual a través de sus redes sociales, y para ellos esa vida no se interrumpe porque ‘ahora es la clase’. Nuestro rol es poder decirles: en este momento, en esta clase, en este espacio tan valioso de presencialidad, vamos a hacer otra cosa” – explica. Luciana remarca que, más allá de las restricciones impuestas, la intervención pedagógica debe buscar desconectar a los estudiantes de su entorno digital y promover una reflexión sobre la importancia de la atención plena en el contexto de la clase.
Resultados de la encuesta sobre el uso de celulares
El Ministerio de Educación del GCBA difundió recientemente los resultados de una encuesta realizada a estudiantes del nivel secundario. Según los datos, un 87,3% de los estudiantes encuestados aseguró que usa el celular en la escuela, pero después de la implementación de la regulación, un 25,4% indicó que redujo su uso. Entre los “hábitos que más se modificaron” destaca que un 57,4% de los encuestados afirmó prestar más atención en clase, algo que también fue ratificado por los docentes.
Sin embargo, la implementación de esta normativa sigue siendo dispar según las características particulares de cada escuela. En la Escuela Nicolás Avellaneda, por ejemplo, la situación era más compleja antes de la resolución ministerial, ya que no existía una política institucional clara sobre el uso del celular. Fue solo después de la medida del Ministerio que los docentes pudieron establecer un protocolo conjunto, aunque este sigue siendo un proceso en construcción. “Generó mucha concientización”, afirma Silvina Pascucci, quien también destacó que los docentes buscaron materiales para reflexionar sobre el uso del celular, lo que permitió abrir un espacio de debate con los estudiantes.
La falta de materiales y recursos
Una crítica recurrente entre los educadores es la falta de materiales y recursos específicos por parte del Ministerio de Educación para tratar este problema en las aulas. Según Martín Pérez Antelaf, “Lo que bajó del Ministerio fue la sugerencia de regulación, pero sin materiales o espacios para pensar específicamente esta problemática en la comunidad”. En este sentido, varios docentes coinciden en que la solución a la adicción digital debe ser un trabajo integral, que involucre tanto a la escuela como a las familias y la sociedad en general.
La medida mejora, pero no resuelve
Si bien los docentes coinciden en que la regulación ha logrado mejorar la situación dentro del aula, también destacan que el problema sigue existiendo y que no se ha resuelto completamente. Pascucci afirma que “la medida mejoró la situación, pero no está resuelto el problema”. El celular sigue siendo una herramienta poderosa de distracción, y la dependencia digital no se reduce solo con medidas restrictivas dentro del aula.
Por su parte, Josefina Luciana enfatiza que la solución no puede recaer únicamente sobre la escuela. “No puede ser una función que se le tire a la escuela mágicamente o que se pueda resolver solo con sanciones o restricciones”, sostiene, y subraya la necesidad de promover una “invitación a liberarse del aparato por un rato” para que los estudiantes puedan sentir los beneficios de desconectarse por un tiempo.
Un cambio colectivo necesario
La problemática del uso excesivo de los celulares en las aulas no es solo una cuestión que debe ser abordada por las escuelas. Como señala Luciana, “Es un tema que atraviesa a la sociedad en general; a las familias que podrían tratar de limitar el uso en determinados espacios o momentos, como la cena, la merienda o un rato en el fin de semana”. También hace hincapié en que el cambio debe ser colectivo, donde cada actor social cumpla su rol. Desde la familia hasta el espacio público, todos tienen una responsabilidad en enseñar a los jóvenes que hay momentos y lugares para cada cosa, y que no todo se debe hacer a través de una pantalla.
Aunque la regulación del uso de celulares en las aulas de la Ciudad de Buenos Aires ha logrado ciertos avances, los docentes coinciden en que el problema es mucho más complejo y requiere un enfoque integral que involucre a la comunidad educativa, las familias y la sociedad en general. La medida es un primer paso, pero la verdadera solución pasa por repensar la relación de los jóvenes con la tecnología y el entorno digital en el que viven.